A la hora de escribir debemos preguntarnos:
¿Quién llevará la voz cantante? El escrito es uno, los narradores a los que el escritor puede apelar son numerosos.
¿Quién dice esto?, se preguntan los lectores frente a un relato. Cuanto más creíble les resulta la historia, más pronto surge esa curiosidad. Los niños suelen preguntarle a la abuela cuentista: “¿cómo lo sabes?, ¿ocurrió de verdad?”.
¿Quién habla en un relato? Es el narrador quien tiene la palabra en un relato. Sobre sus discurso se apoyan los monólogos y los diálogos de los personajes.
Pero ese apuntador interno que dice “yo” y se refiere a mí, no es necesariamente el escritor. El “yo” del cuento puede adoptar las características de personales muy diversos.
El “yo” del escritor no es el mismo “yo” del relato.
Los narradores son agentes a través de los cuales se expresa el autor.
El narrador es quien enuncia y no coincide con el autor del texto; si hay coincidencia se trata de una autobiografía y no de un relato novelado.
¿Quién habla en un relato? Es el narrador quien tiene la palabra en un relato. Sobre sus discurso se apoyan los monólogos y los diálogos de los personajes.
Pero ese apuntador interno que dice “yo” y se refiere a mí, no es necesariamente el escritor. El “yo” del cuento puede adoptar las características de personales muy diversos.
El “yo” del escritor no es el mismo “yo” del relato.
Los narradores son agentes a través de los cuales se expresa el autor.
El narrador es quien enuncia y no coincide con el autor del texto; si hay coincidencia se trata de una autobiografía y no de un relato novelado.
Un ejemplo claro es el emblemático comienzo de El Quijote:
“En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme,”
“No quiero acordarme”: lo dice el narrador ficticio y no Miguel de Cervantes, el autor. Gracias al narrador, podemos contar algo transformándonos en quien queramos: cambiar de sexo o de edad; de carácter o de clase social; de sentimientos o de época vivida.
“En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme,”
“No quiero acordarme”: lo dice el narrador ficticio y no Miguel de Cervantes, el autor. Gracias al narrador, podemos contar algo transformándonos en quien queramos: cambiar de sexo o de edad; de carácter o de clase social; de sentimientos o de época vivida.
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