viernes, 30 de noviembre de 2012

La construcción de un poema según Miquel Marti i Pol


Una vez, hace muchos años, Josep Miquel i Macaya me decía que improvisar era pecado. Hablábamos (hablaba) de literatura, de poesía, y entiendo que su afirmación no quería decir que el escritor, el poeta, debiera ser sólo un buen artesano, sino que también debía ser un buen artesano. La frase confirmaría lo que yo decía días atrás sobre la inspiración. De todos modos, siempre he pensado que sería interesante dilucidar el papel del azar en la obra de arte. Pienso en el poema, que es lo que conozco más. Yo no recuerdo haber escrito nunca ninguno que pueda decir que he "controlado" de arriba a abajo. No me refiero, evidentemente, a un control exhaustivo de las palabras, algo que ni en un escrito científico o técnico creo que se pueda hacer, sino al control de la expresión, del significado, del sentido. Para mí un poema siempre es una sorpresa. No una sorpresa total, pero sí una sorpresa parcial. En cierto modo, se puede decir que es cuando lo he acabado que sé qué dice el poema. Además, en los casos de formas no encorsetadas, ni siquiera sé la longitud que tendrán, y, una vez acabados, a menudo he pensado que podría añadir, o sacar, algún verso. En consecuencia, pues, para mí es evidente que el poema tiene una autonomía, una vida propia. Y me pregunto: esta autonomía, ¿quién la gobierna? Una respuesta fácil sería la de la subrogación de poderes. Es decir, la gobierno yo, que he puesto en marcha los mecanismos que la hacen posible, y que controlo el desarrollo general. Esto, sin embargo, entraría bastante dentro del concepto de creación, que a mí me repugna. Pero, claro, si no la gobierno yo, ¿quién la gobierna? ¿El azar? Muy bien, y ¿qué es el azar? Las definiciones del diccionario no suelen aclarar nada, son demasiado científicas y, aunque parezca un argumento poco sólido, demasiado azarosas. A mí me parece que el proceso de construcción de un poema, y, por extensión, de cualquier obra de arte, es similar a cualquier proceso vital. Yo he engendrado hijos, estos hijos están marcados por unas características que provienen de mí, ahora bien, el proceso vital que sigan será (debe ser) independiente de mi deseo, de mi voluntad. Ya sé que un hijo es un cuerpo vivo y un poema un cuerpo muerto. Hacía una comparación, y en ninguna comparación existe una igualdad absoluta. Si fuera, ya no sería una comparación, sino la misma cosa. Para mí, en el momento en que ponemos en marcha un proceso creativo, ponemos en marcha simultáneamente alguna cosa, bellísima o monstruosa, que, tanto en un caso como en el otro, se escapa de nuestro control, y no sólo eso, sino que a veces nos arrastra. Por tanto, no hay azar, entendido como casualidad, sino proceso racional que se escapa de nuestro control. Yo he observado un fenómeno curioso. Generalmente, las palabras, en los poemas, se reúnen en grupos de eufonía similar. Esto siempre lo he descubierto posteriormente a la escritura del poema, lo que me confirma que, salvo casos expresamente ensayados, no soy yo quien ha provocado la agrupación, sino la dinámica interna del poema. Y, si de eso se pasa al terreno de las interpretaciones, las sorpresas aún son más fuertes. El poema llega a independizarse, y puede influir decisivamente en el modo de ser del autor. De hecho, si el poema es un ente vivo, la explicación quizá sea más sencilla de lo que parece. Yo vivo en una sociedad, me relaciono con unas personas, pero ¿qué sé, de ellas?, ¿Quiénes son?, ¿Qué piensan?, Cuando me dicen algo, ¿expresan correctamente (tal como lo haría yo, quiero decir) lo que sienten?, ¿me engañan?, ¿voluntariamente?, ¿involuntariamente?, y cuando callan, ¿qué relación mantienen conmigo? Todo son incógnitas. Hay una relación aparente que nos puede hacer pensar que estamos en un sistema normal, comprensible. Pero lo mismo ocurre con el poema. La conversación que tuve ayer con unos amigos fue una acción equivalente a escribir un poema, pero ¿después, qué? Después se abre el gran vacío. Después cada uno se encierra en su caparazón y hace su camino. El poema tiene vida propia. Yo tengo vida propia. Los amigos también. ¿Y cómo se interrelacionan estas vidas? Lo que yo hago, lo que yo digo, ¿qué importancia tiene en la vida de los demás? ¿Puedo influir con mis acciones, puedo dominarlos? Yo estoy convencido que no. Y ellos a mí tampoco. El problema, entonces, es asumir la terrible soledad que conlleva este hecho. Vivimos solos, esta es la gran sorpresa. Y sólo aceptando nuestra soledad, edificándola cuidadosamente, queriéndola, podemos no hacer daño a los demás. La amistad, el amor, etc., son proyecciones egoístas del propio yo. Hay un vacío terrible entorno nuestro que ensayamos llenar con exteriorizaciones de nosotros mismos: mis poemas, mis amigos. Y cuando el poema desarrolla su vida, se independiza necesariamente de mí. Y cuando los amigos se van de casa, viven su vida, y yo quedo inevitablemente encerrado dentro de los límites de la mía. La realidad es eso. La vida es eso. Mi vida. Y cuando hablo de libertad sólo puedo hablar de mi libertad. No tengo ningún derecho sobre los demás, como no tengo ninguno sobre los poemas. Ellos tampoco tienen ningún derecho sobre mí. Los que me quieren son felices amándome. Por eso lo hacen. No creo que esto sea el descubrimiento del gran egoísmo. No creo que eso sea triste. Aceptar la propia inanidad y la propia soledad es una prueba verdadera de amor a uno mismo y a los demás. Una prueba (la única posible) de libertad.


Joc d´escacs (Miquel Martí i Pol)

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